lunes, 31 de mayo de 2010

El Poema


¿Qué estará pasando, mientras estas frente a un mostrador de supermercado, en cualquier día, de cualquier semana, de cualquier mes, de cualquier año? Tal vez, estés preguntando por algún producto. Cambiando algo que compraste sin fijarte, hasta que llegaste a casa te diste cuenta que estaba caducado. Pagando algún recibo. Saludando al amigo de la secundaria, que saludaste solo porque él te reconoció. En el divertido de los casos y como es costumbre de algunos muchos, renegando porque aquel artículo que compraste esta defectuoso y te la están haciendo de largas para cambiártelo o simplemente preguntando por un objeto tuyo olvidado en la paquetería con un día de anterioridad, por él que dormiste tranquilo, pensando que al otro día lo recogerías sin problema ya que leíste, en la ficha que encontraste en tu bolso esa noche antes de dormir buscando los cigarros: “Estimable cliente: los paquetes olvidados se reclaman en servicio al cliente, con un tiempo máximo de 72 horas y el costo por ficha extraviada es de $15.00 pesos” Pero ¡oh sorpresa! La encargada te dice que tu objeto no ésta, no aparece registrado como “objeto olvidado”. Piensas: lo perdieron o se lo robaron. Dices: Quiero hablar con el gerente.

El señor de los cabellos blancos pasa enseguida de mí, ni él ni yo hemos percibido siquiera nuestra existencia en este planeta. Él camina a paso lento, viste pantalón de mezclilla y camisa blanca como sus cejas. Pasa por el pasillo 2 y toma un jugo de pera del estante. Avanza con una sonrisa, (al parecer la música que suena en ese momento le produce: algún buen recuerdo) entre los pasillos 3 y 4, al llegar al cinco, dobla a la izquierda, con ese, su ahora lento caminar.

No encuentras al gerente, en su lugar: una chica de cabello negro, un poco menor que tu, que con solo verla sabias de antemano, que ella no podría solucionar el problema. Exiges que alguien te atienda, y por fin después de 5 minutos, ese alguien responde por radio. –Explícale las políticas de la empresa y que regrese después de las tales horas de este cualquier día, de cualquier semana, de cualquier mes, de cualquier año - dijo.

El señor de los cabellos blancos, está en la caja recibiendo el cambio de un billete de doscientos pesos, con el que pagó su jugo de pera, dos bolillos y una barra de 275grms de queso. Le da dos monedas de peso, una sonrisa y un hasta pronto a quien empacaba su compra. Toma la bolsa color gris y se dirige hacia la salida de puertas corredizas.

Salgo fastidiada del lugar, pensando: en la flojera que me producía el tener que regresar más tarde. El tiempo perdido. La tipa de cabello negro. En encender un cigarro. Al cruzar la puerta corrediza me detengo a escrutar mi bolso. Tomo la cajetilla que casi encuentro de inmediato. Levanto la mirada al horizonte, como para dejarla descansar después de haberla introducido al bolso. El señor de cabellos blancos ahora está frente a mí. Me ve. Se detiene. Habla.

Sonrío. Escucho. Un poema.

miércoles, 5 de mayo de 2010

la otra bula


Queridos lectores.

Bienvenidos a "La otra bula".
Hace algunos años ya, viví en un lugar donde pocas veces calienta el sol y las personas, no suelen ser amables. Tierra de manos que trabajan el barro, del desfile de las locas y de la cantina (que lleva por nombre una fecha, y como nunca he sido buena para recordarlas no puedo escribirles como se llama) donde solo, en ese lugar de todo el mundo(así dicen ellos), se fabrica la bebida a la que le llaman "La garañona". Fue ahí en ese lugar tan humedo y frío, donde hasta una manzana puede llenarse de hongo de la noche a la mañana, cuando conocí a "la bula"
Vivía en un cuarto piso. Tenía un ventanal con una vista única. Una salita donde nunca faltaban flores. Un comedor de sillas y mesa de plástico. Una recámara con cama, muchas cobijas , closet, ventana, tv, calentador y cenicero con muchas colillas siempre en él. Otra recámara que servía de vestidor y sala de planchar. Un baño realmente decente. Una cocina, ay dos tres equipada y una pequeña pero muy útil zotehuela. No me puedo quejar, el lugar era muuuy cómodo.
Estando una tarde viendo desde el ventanal el atardecer (en uno de esos días, de los cuales yo ya llevaba varios seguidos, en los que sabes desde que te levantas que tu ánimo no anda muy bien) pusé un disco en el minimodular que estaba arriba de un librero de tres entrepaños, que ¡claro! como lo que había en ese mueble era mi tesoro más preciado (libros, discos y minimodular) tenía en la casa el lugar más privilegiado, que era ahí, en donde ellos también tuvieran esa vista para disfrutarla junto a mi. No recuerdo exactamente como llegó a mis manos ese disco, es más la verdad ya ni lo tengo, pero fué la música y en especial la bula, las que me ayudaron a volver a sonreir.
Mazatleca de corazón. En una tarde fría y depresiva. Escuchando reggae y pensando en la calidez de casa. Comienzo a escuchar y poner atención a la letra de una canción que me sacó del trance en el que estaba. "Ceviche de camarón con salsita y con limón" -¿qué qué? ¿qué es eso?- La regresé. Era una rolita que me llevó y trajó de la mano en un paseo por mi mazatlán. Amigos locos, playa, sol, viento, ceviche, la isla de en medio, cerveza pácifico, hierbita del recodo, piel tostada. "Arriba el cielo, abajo el mar...."
La bula es un velero. La otra bula también. La cual se crea por un motivo que como dice una vieja canción que alguna vez un gran amigo me cantara: "Y nosotros los buenos marinos, hemos hecho un barquito de vela, pa´vivir en el medio del mar, por que ya no se puede, vivir en la tierra"
Así que aquí surcaremos nuevos y viejos mares, donde las letras nos guiaran, como hacen las estrellas.
Así como a mi la bula me sacó una gran sonrisa, espero que la otra también pueda sacarte varias, o, a lo mejor algunas lágrimas, tal vez en algunas ocasiones te de hueva, y en otras quien quite y hasta te pongo a hacer conciencia.
En realidad solo quiero expresarme.