¿Qué estará pasando, mientras estas frente a un mostrador de supermercado, en cualquier día, de cualquier semana, de cualquier mes, de cualquier año? Tal vez, estés preguntando por algún producto. Cambiando algo que compraste sin fijarte, hasta que llegaste a casa te diste cuenta que estaba caducado. Pagando algún recibo. Saludando al amigo de la secundaria, que saludaste solo porque él te reconoció. En el divertido de los casos y como es costumbre de algunos muchos, renegando porque aquel artículo que compraste esta defectuoso y te la están haciendo de largas para cambiártelo o simplemente preguntando por un objeto tuyo olvidado en la paquetería con un día de anterioridad, por él que dormiste tranquilo, pensando que al otro día lo recogerías sin problema ya que leíste, en la ficha que encontraste en tu bolso esa noche antes de dormir buscando los cigarros: “Estimable cliente: los paquetes olvidados se reclaman en servicio al cliente, con un tiempo máximo de 72 horas y el costo por ficha extraviada es de $15.00 pesos” Pero ¡oh sorpresa! La encargada te dice que tu objeto no ésta, no aparece registrado como “objeto olvidado”. Piensas: lo perdieron o se lo robaron. Dices: Quiero hablar con el gerente.
El señor de los cabellos blancos pasa enseguida de mí, ni él ni yo hemos percibido siquiera nuestra existencia en este planeta. Él camina a paso lento, viste pantalón de mezclilla y camisa blanca como sus cejas. Pasa por el pasillo 2 y toma un jugo de pera del estante. Avanza con una sonrisa, (al parecer la música que suena en ese momento le produce: algún buen recuerdo) entre los pasillos 3 y 4, al llegar al cinco, dobla a la izquierda, con ese, su ahora lento caminar.
No encuentras al gerente, en su lugar: una chica de cabello negro, un poco menor que tu, que con solo verla sabias de antemano, que ella no podría solucionar el problema. Exiges que alguien te atienda, y por fin después de 5 minutos, ese alguien responde por radio. –Explícale las políticas de la empresa y que regrese después de las tales horas de este cualquier día, de cualquier semana, de cualquier mes, de cualquier año - dijo.
El señor de los cabellos blancos, está en la caja recibiendo el cambio de un billete de doscientos pesos, con el que pagó su jugo de pera, dos bolillos y una barra de 275grms de queso. Le da dos monedas de peso, una sonrisa y un hasta pronto a quien empacaba su compra. Toma la bolsa color gris y se dirige hacia la salida de puertas corredizas.
Salgo fastidiada del lugar, pensando: en la flojera que me producía el tener que regresar más tarde. El tiempo perdido. La tipa de cabello negro. En encender un cigarro. Al cruzar la puerta corrediza me detengo a escrutar mi bolso. Tomo la cajetilla que casi encuentro de inmediato. Levanto la mirada al horizonte, como para dejarla descansar después de haberla introducido al bolso. El señor de cabellos blancos ahora está frente a mí. Me ve. Se detiene. Habla.
Sonrío. Escucho. Un poema.